de la mañana, venía del trabajo en mi moto, cuando a media cuadra de mi casa, una muchacha me indica con ademanes de los brazos que me pare.
"Qué pasó?' -- le pregunto.
"Oye, dame un raite allá." -- me dice, mientras sigue haciendo aspavientos con los brazos. Noto que anda borrachita.
"Allá, a donde?"
"Allá, a la calle. A donde están los muchachos." Con los brazos indica una calle ancha.
"Al bulevar?"
"Sí. Allá abajo!", apunta hacia el norte.
Hace de frío y ella en un vestido ligerito muy bonito, de boudoir, con un chal encima, y sandalias doradas como las de mi doncella del sueño. Ropa cara, de colores bonitos. Ha de tener unos treinta años. Muy sonriente, con la faz deslavada.
"A ver. Súbete pues. Ten cuidado de no quemarte tu patita con el mofle, que es ese fierro que está allí abajo". En chanclas, la chica.
Pero no; pega un ágil brinquito, agarrádose de mis hombros, y monta. Se sujeta rodeándome del tronco con sus brazos.
"Wiiiiiii! Qué rico!" Grita ella, mientras bajamos por la Calle Ermita Sur. Esta niña viene disfrutando de la vida. Yo siento sabroso y calientito cuando se me repega. Ella recarga su cachete sobre mi espalda y lo que yo quisiera sería no llevarla al bule, sino a mi casa para invitarle un café.
Pero en un tris estamos en la esquina del bulevar. Cruzando el semáforo esta la policía
con los códigos encendidos abordando a un automovilista infelíz.
Ella se apea. Me quiere dar un beso, pero traigo puesto el casco
"Usted es...usté es...muy chingón (hic)".
Ahí la dejo y me regreso a casa, aún sintiendo su calor en mi espalda.
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